Sandra creció en una familia que se esforzó por darle lo mejor, y una de esas cosas fue enviarla a Canadá a estudiar turismo. Ella y yo seguíamos en contacto a través de Facetime y por mensajes de Telegram. En su página de Facebook, podía ver lo bien que la pasaba. En su segundo año, decidió regresar a visitar a sus padres y amigos a la Ciudad de México. Muy cerca de mi cumpleaños.
Para ese tiempo, yo estudiaba en una universidad privada, la carrera de relaciones internacionales. Antes de que ella se fuera a Canadá, pasábamos la mayor parte del tiempo juntas, porque su casa estaba enfrente de la mía. Además, habíamos iniciado nuestra bonita amistad desde la escuela secundaria y la reforzamos cuando juntas fuimos a la preparatoria. Así que cuando ella se fue a estudiar al extranjero, me sentí contenta, pero al mismo tiempo triste.
Tiempo después de mi cumpleaños
Habían pasado dos años desde su partida, cuando antes de que nos avisara que venía, me mandó un Inbox por Facebook para preguntarme si sabía de algún lugar bonito para cenar en el zócalo. Supuse que querría llevar a sus papás al centro histórico. De momento no se me ocurrió nada, por lo que le prometí enviarle algunas recomendaciones, para lo cual busqué una guía de Restaurantes en el Zócalo.
Me sorprendió la cantidad de buenos restaurantes que hay en los alrededores del zócalo, pero uno de los únicos, el Balcón del Zócalo, ofrecía una vista fantástica de la Catedral metropolitana, del Palacio de Gobierno y del Antiguo Palacio del Ayuntamiento, en donde despacha la actual jefe de Gobierno de la Ciudad de México.
Le envié a Sandra la información de ese restaurante en el zócalo y ya no me respondió, hasta que una semana después recibí un mensaje al celular, avisando que estaba ya en la ciudad y que trataría de verme después.
El día que ella llegó fue particularmente especial para mí, porque cumplía 20 años. Mis papás me invitaron a comer, aunque no me explicaron ni dieron detalles del lugar. Me sugirieron que me dejara consentir. No le tomé mucha atención al camino, hasta que llegamos al centro de la ciudad y el auto de mi papá se dirigió justo al zócalo.
Nos bajamos en lo que parecía la entrada de un hotel, y subimos por un elevador que nos llevó hasta la entrada de un restaurante con una vista excepcional. Era el restaurante del que le había enviado la información a Sandra.
Una gran sorpresa
Caminamos hacía una de las mesas que da justamente hacia el zócalo, y mi emoción fue mayor cuando Sandra me recibió con un gran ramo de flores, una sonrisa y un gran abrazo. Guardó el secreto y lo compartió con mis papás, quienes fueron sus cómplices para llevarme a ese lugar tan bonito.
El trato que nos dieron fue de primera, y el menú contaba con sopas y platillos del mar y de la tierra, además de postres.
Cenamos delicioso, acompañados de una vista extraordinaria en mi cumpleaños. La noche cayó sobre nosotros y mis papás se despidieron, tiempo que aprovechamos para que Sandra y yo nos pusiéramos al día. Además de las flores, mi mejor amiga me regaló un libro, que habla sobre el valor de la amistad en los tiempos de las redes sociales.
Para cuando dejamos el restaurante en el zócalo, las calles del centro lucían semidesiertas. Nos fuimos a nuestra colonia, en un taxi que nos dejó a cada una en nuestras casas. Fue el mejor cumpleaños de mi vida.